Leyenda conocida a partir de textos conservados en crónicas medievales,
cuyo testimonio más antiguo figura en la versión ampliada de la Estoria
de España compuesta durante el reinado de Sancho IV de Castilla antes
de 1289 que fue editada por Ramón Menéndez Pidal.
Ramón
Menéndez Pidal encontró indicios de la existencia de un antiguo cantar
de gesta desaparecido que reconstruyó parcialmente y dató hacia el año
1000, y que sería, junto con el Cantar de Mío Cid y el Poema de Fernán
González, uno de los más importantes cantares de
gesta de la literatura castellana y el ejemplo más
primitivo de épica
española. La tradición ha elaborado la leyenda también en
el romancero.
Los
infantes de Lara eran hijos de Gonzalo Gustioz (o Gustios) y Sancha
Velázquez. La historia gira en torno a una disputa familiar entre la
familia de Lara y la familia de Ruy Velázquez y su hermana doña Sancha.
El motivo más destacable es el de la venganza, principal motor de la
acción.
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La leyenda
que da nombre a Salas de Los Infantes:
El
Señor de la ciudad, Gonzalo Gustios, tuvo siete hijos. Durante la boda
de un familiar, uno de los siete infantes mata, accidentalmente, a un
primo de la novia. La novia, exige venganza a su marido (Ruy
Velázquez). Éste, para complacer a su esposa, trama la siguiente
venganza: pide al Señor Gonzalo Gustios que mande un mensajero al
famoso general árabe Almanzor (que se encontraba en Córdoba) con una
nota en árabe, en la que pide que se mate al portador e indica dónde
puede encontrar a los hijos del Señor Gonzalo, ofreciéndole la vida de
éstos en señal de amistad.
Almanzor
hace preso al ingenuo señor Gonzalo Gustios y manda a sus tropas a
emboscar a los siete infantes, que engañados por el vengativo marido,
son asesinados y cortadas sus cabezas.
Las cabezas son enviadas a Gonzalo Gustios, preso de Almanzor, que al
verlas sufre tal dolor, que el General árabe, conmovido, lo libera.
Durante su cautiverio, Gonzalo Gustios tiene un hijo con la hermana de
Almanzor.
Pasados
los años, el hijo, Mudarra, vuelve a Castilla junto a su padre y,
conociendo la historia de sus siete hermanos, los vengará y matará a
Ruy Velázquez.
Las cabezas de los Siete Infantes están hoy en la
Iglesia de Salas, sus cuerpos, en una iglesia de La Rioja
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El romance:
Romance 1
Ya
se salen de Castilla
castellanos con gran saña,
van a combatir
los muros
de la vieja Calatrava;
derribaron tres pedazos
por
partes de Guadiana;
por uno entran los cristianos,
por dos los
moros escapan,
maldiciendo de Mahoma
y de su secta malvada,
por
unas sierras arriba
grandes alaridos daban.
¡Ay
Dios, qué buen caballero
fue allí Rodrigo de Lara,
que mató
cinco mil moros
con trescientos que llevaba!
Si aquéste
muriera entonces,
¡qué gran fama que dejara!
No matara a sus
sobrinos,
los siete infantes de Lara,
ni vendiera sus
cabezas
al moro que las llevaba.
¡Bien peleó
en aquel día
Ruy
Velázquez el de Lara,
ganó un escaño de oro
con rica tienda
de Arabia;
al conde Garci Fernández
se la envía
presentada,
que le trate casamiento
con la linda doña
Lambra.
Ya se conciertan las bodas,
¡ay
Dios, en hora menguada!,
doña Lambra de Bureba
con don Rodrigo
de Lara.
Las bodas fueron en Burgos,
las tornabodas en
Salas;
en bodas y tornabodas
pasaron siete semanas:
las
bodas fueron muy buenas,
mas las tornabodas malas.
Ya convidan
por Castilla,
por León y por Navarra;
tantas vienen de las
gentes,
no caben en las posadas;
y aún faltaban por venir
los
siete infantes de Lara.
¡Helos, helos por do
vienen,
por aquella vega llana!
Sálelos a recibir
la su
madre doña Sancha;
ellos le besan las manos,
ella a ellos en
la cara:
— ¡Huelgo de veros a todos,
que ninguno no
faltaba,
y más a vos, Gonzalvico,
prenda que yo más
amaba!
|
Tornad a cabalgar, hijos,
y tomedes vuestras armas,
allá
iredes a posar
al barrio de Cantarranas.
Por Dios os ruego, mis
hijos,
no salgades a las plazas,
porque las
gentes son muchas,
trábanse malas palabras.
Ya
cabalgan los infantes
y se van a sus posadas;
hallaron las
mesas puestas,
mucha vianda aparejada;
después que hubieron
comido,
siéntanse a jugar las tablas.
En
el arenal del río,
esa linda doña Lambra,
con muy grande
fantasía,
altos tablados armara;
tiran unos, tiran
otros,
ninguno bien bohordaba.
Allí salió un hijodalgo
de
Bureba la preciada;
caballero en un caballo
y en la su mano una
vara
arremete su caballo,
al tablado la tirara,
voceando: —
¡Amad, señoras
cada cual como es amada!,
que más vale un
caballero
de Bureba la preciada,
que no siete ni setenta
de
los de la flor de Lara.
Doña Lambra que lo
oyera,
en mucho se holgara:
¡oh, maldita sea la dama
que su
cuerpo te negara;
si yo casada no fuera,
el mío te lo
entregaba!
Oídolo ha doña Sancha,
responde
muy apenada:
—Calléis, Alambra, calléis,
no digáis tales
palabras,
porque aun hoy os desposaron
con don Rodrigo de
Lara.
—Más calléis vos, doña Sancha,
que tenéis por qué
callar,
que paristeis siete hijos
como puerca en
cenagal.
Todo lo oye un caballero
que a los
infantes criara;
llorando de los sus ojos,
con angustia y
mortal rabia
se fue para los palacios
do los infantes
estaban;
unos juegan a los dados,
otros juegan a las
tablas. |
Aparte está Gonzalvico,
de pechos a una
baranda:
—¿Cómo venís triste, ayo?
Decid, ¿quién os
enojara?
Tanto le rogó Gonzalo,
que el ayo se lo contara.
—Mas
mucho os ruego, mi hijo,
que no salgáis a la plaza.
No lo
quiso hacer Gonzalo,
mas su caballo demanda;
llega a la plaza
al galope,
pedido había una vara,
y vido estar el tablado
que
nadie lo derribara;
alzóse en las estriberas,
con él en el
suelo daba.
Desque lo hubo derribado,
desta manera
hablara:
—Amad, amad, damas ruines,
cada cual como es
amada,
que más vale un caballero
de los de la flor de
Lara,
que cuarenta ni cincuenta
de Bureba la preciada.
Doña
Lambra, que esto oyera,
bajóse muy enojada,
sin esperar a los
suyos
se saliera de la plaza;
fuése para los palacios
donde
don Rodrigo estaba;
en entrando por las puertas
a voces se
querellaba:
—Quéjome a vos, don Rodrigo,
viuda me puedo
llamar!
¡Mal me quieren en Castilla
los que me habían de
guardar!
Los hijos de doña Sancha
mal abaldonado me han:
que
me cortarían las faldas
por vergonzoso lugar,
me ponían rueca
en cinta
y me la harían hilar,
y cebarían sus halcones
dentro
de mi palomar.
Si desto no me vengáis,
yo mora me iré a
tomar,
y a ese buen rey Almanzor
tengo de irme a
querellar.
—Calledes, la mi señora,
vos no digades atal.
De
los infantes de Lara
bien os pienso de vengar;
tela les tengo
ya urdida,
presto se la he de tramar;
nacidos y por nacer
dello
por siempre hablarán. |
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Romance 2
En
las sierras de Altamira,
que dicen del Arabiana,
aguardaba don
Rodrigo
a los hijos de su hermana:
no se tardan los infantes
y
el traidor mal se quejaba;
grande jura estaba haciendo
sobre la
cruz de su espada,
quien detiene a los infantes
él le sacaría
el alma.
Deteníalos su ayo,
muy buen consejo
les daba,
el viejo Nuño Salido,
el que los agüeros cata.
Ya
todos aconsejados,
con ellos él caminaba;
|
con ellos
va la su
madre
una muy larga jornada:
¡Adiós, adiós, los mis
hijos,
presta sea vuestra tornada!
Ya se
parten de la madre;
en Canicosa el pinar
agüeros contrarios
vieron
que no son para pasar:
encima de un seco pino
una
aguililla caudal,
mal la aquejaba de muerte
el traidor del
gavilán.
Vido el agüero don Nuño:
—Salimos por nuestro
mal,
siete
celadas de moros
aguardándonos están.
|
Por Dios os
ruego,
señores,
el río no heis de pasar,
que aquel que el río
pasare
a Salas no volverá.
Respondióle
Gonzalvico
con ánimo singular,
era menor en los días,
mas
muy fuerte en pelear:
—No digas eso, mi ayo,
que allá hemos
de llegar.
Dio de espuelas al caballo,
el río fuera pasar.
|
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Romance 3
Saliendo
de Canicosa
por el val del Arabiana,
donde don Rodrigo
espera
los hijos de la su hermana,
por el campo de Almenar
ven
venir muy gran compaña,
muchas armas reluciendo,
mucha adarga
bien labrada,
mucho caballo ligero,
mucha lanza
relumbraba,
mucho pendón y bandera
por los aires revolaba.
Alá
traen por apellido,
a Mahoma a voces llaman;
tan altos daban
los gritos,
que los campos retemblaban:
—¡Mueran, mueran
—van diciendo—
los
siete infantes de Lara!
¡Venguemos a don Rodrigo,
pues que
tiene de ellos saña.
|
Allí está
Nuño Salido,
el ayo que los
criara,
como ve la gran morisca
desta manera les habla:
—¡Oh
los mis amados hijos,
quién vivo ya no se hallara
por no ver
tan gran dolor
como agora se esperaba!
¡Ciertamente nuestra
muerte
está bien aparejada!
No podemos escapar
de tanta
gente pagana;
vendamos bien nuestros cuerpos
y miremos por las
almas;
no nos pese de la muerte,
pues irá bien
empleada.
Como los moros se acercan,
a
cada uno por sí abraza;
cuando llega a Gonzalvico,
en la cara
le besaba:
|
—¡Hijo
Gonzalo González,
de lo que más me
pesaba
es de lo que sentirá
vuestra madre doña Sancha;
érades
su claro espejo,
más que a todos os amaba!
En
esto llegan los moros
traban con ellos batalla;
espesos caen
como lluvia
sobre la gente cristiana;
los infantes los
reciben
con sus adargas y lanzas,
"¡Santiago, cierra,
Santiago!",
a grandes voces llamaban.
|
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Romance 4
Pártese
el moro Alicante
víspera de San Cebrián;
ocho cabezas
llevaba,
todas de hombres de alta sangre.
Sábelo el rey
Almanzor,
a recibírselo sale;
aunque perdió muchos
moros,
piensa en esto bien ganar.
Mandara hacer un tablado
para
mejor los mirar;
mandó traer un cristiano
que estaba en
captividad;
como ante sí lo trujeron,
empezóle de
hablar:
díjole: —Gonzalo Gustios,
mira quién conocerás;
que
lidiaron mis poderes
en el campo de Almenar,
sacaron ocho
cabezas,
todas son de gran linaje.
Respondió Gonzalo
Gustios:
—Presto os diré la verdad.
Y limpiándoles la
sangre
asaz se fuera a turbar;
dijo llorando
agramente:
—¡Conózcolas por mi mal!
La
una es de mi carillo;
las otras me duelen más,
de los infantes
de Lara
son, mis hijos naturales.
Así razona
con ellas
como si vivos hablasen:
—¡Sálveos Dios, Nuño
Salido,
el mi compadre leal!,
¿adónde son los mis hijos
que
yo os quise encomendar?
Mas perdonadme, compadre,
no he por qué
os demandar,
muerto sois como buen ayo,
como hombre muy de
fiar.
Tomara otra cabeza,
del hijo mayor de
edad:
|
—¡Oh hijo
Diego González,
hombre de muy gran
bondad,
del conde Garci Fernández
alférez el principal,
a
vos amaba yo mucho,
que me habíades de heredar!
Alimpiándola
con lágrimas
volviérala a su lugar.
Y toma la del
segundo,
don Martín que se llamaba:
—¡Dios os perdone, el
mi hijo,
hijo que mucho preciaba;
jugador de tablas erais
el
mejor de toda España;
mesurado caballero,
muy bien hablabais
en plaza!
Y dejándola llorando,
la del
tercero tomaba:
—¡Hijo don Suero González,
todo el mundo os
estimaba;.
un rey os tuviera en mucho
sólo para la su
caza!
Ruy Velázquez, vuestro tío,
malas bodas os depara;
a
vos os llevó a la muerte,
a mí en cautivo dejaba!
Y
tomando la del cuarto,
lasarnente la miraba:
—¡Oh hijo
Fernán González
(nombre del mejor de España,
del buen conde
de Castilla
aquel que vos baptizara),
matador de oso y de
puerco,
amigo de gran compaña;
nunca con gente de poco
os
vieran en alianza!
Tomó la de Ruy González,
al
corazón la abrazaba:
—¡Hijo mío, hijo mío,
quién como
vos se hallara;
|
gran
caballero esforzado,
muy buen bracero a
ventaja;
vuestro tío Ruy Velázquez
tristes bodas
ordenara!
Y tomando otra cabeza,
los cabellos
se mesaba:
—¡Oh hijo Gustios González,
habíades buenas
mañas,
no dijérades mentira
ni por oro ni por plata;
animoso,
buen guerrero,
muy gran heridor de espada,
que a quien dábades
de lleno,
tullido o muerto quedaba!
Tomando
la del menor
el dolor se le doblaba:
—¡Hijo Gonzalo
González,
los ojos de doña Sancha!
¡Qué nuevas irán a
ella,
que a vos más que a todos ama!
¡Tan apuesto de
persona,
decidor bueno entre damas,
repartidor de su
haber,
aventajado en la lanza!
¡Mejor fuera la mi muerte
que
ver tan triste jornada!
Al duelo que el viejo
hace,
toda Córdoba lloraba.
El rey Almanzor,
cuidoso,
consigo se lo llevaba
y mandaba a una morica
lo
sirviese muy de gana.
Ésta le torna en prisiones
y con amor le
curaba;
hermana era del rey,
doncella moza y lozana;
con
ésta Gonzalo Gustios
vino a perder la su saña,
que de ella
nació un hijo
que a los hermanos vengara.
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Romance 5
Triste
yo que vivo en Burgos
ciego de llorar desdichas
sin saber
cuándo el Sol sale,
ni si la noche es venida,
si no es que con
gran rigor
doña Lambra mi enemiga
cada día que amanece
hace
que mi mal reviva:
pues porque mis hijos llore
y los cuente
cada día,
sus hombres a mis ventanas
las siete piedras me
tiran
|
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Romance 6
A
cazar va don Rodrigo,
ese que dicen de Lara;
perdido había el
azor,
no hallaba ninguna caza;
con la gran siesta que
hace
arrimado se ha a una haya,
maldiciendo a Mudarrillo,
hijo
de la renegada,
que si a las manos hubiese
que le sacaría el
alma.
El señor estando en esto,
Mudarrillo
que asomaba:
—Dios te
salve, buen señor,
debajo
la verde haya.
—Así haga a ti, caballero;
buena sea tu
llegada.
|
—Dígasme,
señor, tu nombre,
decirte he yo la mi
gracia.
—A mí me llaman don Rodrigo,
y aún don Rodrigo de
Lara,
cuñado de don Gonzalo,
hermano de doña Sancha
por
sobrinos me los hube
los siete infantes de Lara.
Maldigo aquí
a Mudarrillo,
hijo de la renegada,
si delante lo tuviese,
yo
le sacaría el alma.
—Si a ti dicen don Rodrigo,
y aun don
Rodrigo de Lara,
a mí Mudarra González,
hijo de la
renegada,
|
de Gonzalo
Gustios hijo
y alnado de doña Sancha;
por
hermanos me los hube
los siete infantes de Lara;
tú los
vendiste, traidor,
en el val del Arabiana.
Mas si Dios ahora me
ayuda,
aquí dejarás el alma.
—Espéresme, don Mudarra,
iré
a tomar las mis armas.
—El espera que tú diste
a los
infantes de Lara;
aquí morirás, traidor,
enemigo de doña
Sancha.
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