Las enfermedades infecciosas 

en el Camino de Santiago

La ruta de peregrinación posibilita la difusión de patologías, fundamentalmente de etiología infecciosa. También facilita la importación de novedades en el ámbito higiénico y sanitario. En definitiva, supone la convivencia entre diferentes culturas y distintas formas de abordar la enfermedad.

Las enfermedades infecciosas atendidas en el contexto de las peregrinaciones a Compostela se pueden clasificar en:



Enfermedades bacterianas

La lepra

 Entre las enfermedades de etiología bacteriana destaca, en primer término, la lepra

Su agente causal es Mycobacterium leprae, cuya fuente de infección es exclusivamente humana, siendo su mecanismo de transmisión el contacto directo. 

Desde el punto de vista clínico ocasiona dos grandes tipos de manifestaciones: cutáneas y neurológicas. 

De su proximidad temporal da una idea el hecho de que en la actualidad se puede asistir a un reducido número de casos autóctonos en España, existiendo un tratamiento eficiente con dapsona

Las referencias históricas a este cuadro se remontan al quinto milenio AC en la época de Seti V, faraón egipcio. En la historia antigua existen también datos en China (1100 AC) e India (500 AC), siendo así mismo señalada por los médicos de Alejandro Magno. 

En la Baja Edad Media se establece ya en plena Ruta Jacobea una corriente para prestar cuidados a los leprosos, en la que cabe destacar la actividad desarrollada por la Orden de San Lázaro (Jerusalén, 1120). 

Las referencias que existen en nuestro país son, por una parte, la denominada medicus plagarum del Monasterio de San Millán de la Cogolla y, de otra, el Fuero de Viguera (siglo XII). En éste se aborda la enfermedad con una actitud no sólo médica, sino social. Se establece su declaración pública y se define como leprosería a "un cercado de chozas" para el aislamiento de los afectados. 

La actitud existente en esta fase es profundamente restrictiva y muy vinculada al fenómeno religioso. En primer término, se establecen ordenanzas que van a regir la conducta del leproso, y en ellas se indica la obligación de mantener una actitud que minimice al máximo los potenciales riesgos en la transmisión tanto por vía aérea:

"no contestar a quienes le preguntan, para no ser contaminados con su aliento"

como a través de los alimentos:

"no comer ni beber sino en compañía de otros leprosos

o mediante el contacto directo: 

"no tocar nada a no ser con un cayado"

Su vinculación al fenómeno religioso queda demostrada por el hecho de que en el domingo siguiente a la declaración de un caso se oficiaba una misa pro infirmis en la leprosería. 

En cualquier caso, la lepra es un buen modelo para documentar la tendencia oscilante en cuanto a la aceptación social de la enfermedad. 

A lo anteriormente descrito se sucede una época de tolerancia (siglo XIII), en la que a los enfermos se les permite peregrinar y de nuevo se asiste a períodos de intransigencia como el vivido a lo largo del siglo XIV, en el que se les condena al destierro, se dictan sentencias contra leprosos e incluso se procede a ejecuciones. 

En este contexto, el establecimiento de lazaretos supone la instauración de lugares de acogida bajo el signo de la Cruz, tal y como gráficamente se refleja en el lema "O Crux Ave, Spes Unica". 

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La peste

En segundo lugar, cabe aludir como otra enfermedad emblemática a la peste

Su agente etiológico, Yersinia pestis, es transmitido fundamentalmente por picadura de la pulga Xenopsilla cheopis, que actúa como vector, siendo su principal reservorio la rata negra (Rattus rattus). 

Si bien en la actualidad se comporta en nuestro medio como una enfermedad "importada", para la cual existe antibioterapia eficiente, no deja de ser menos cierto que existe documentación histórica sobre su polimorfismo semiológico. 

En su evolución histórica la peste ha cursado en forma de sucesivas plagas, cuyo origen parece situarse al sureste de China. 

Hacia 1347 a partir de los puertos de Constantinopla y Alejandría se difunde por el Mediterráneo y ocasiona focos en los que se va instaurando una mortalidad de hasta un 25 por ciento de los afectados. 

Dos siglos después, en 1596, la peste arriba a los puertos cántabros a partir de naves procedentes de Flandes y como consecuencia de ello afecta a los peregrinos que recorren el "Camino Norte" a través de la cornisa Cantábrica, existiendo estimaciones que sitúan en torno a los 600.000 las muertes ocasionadas por esta causa.


En lo relativo a los cuidados que genera esta enfermedad es preciso efectuar un doble comentario. En primer término, se configuran los burgos de los "francos" que ejercen una labor de vigilancia de enfermos. De otra parte, se establece una asistencia hospitalaria a diferentes niveles: desde la construcción de pequeños edificios a otros intermedios de configuración "palaciana" y a los mayores de modelo basilical y a aquellos que desarrollan la máxima expresión de la labor asistencial, entre los que destaca el Gran Hospital Real de Santiago de Compostela, cuyo estudio ha sido ampliamente documentado en la literatura especializada. 

En el caso de la peste la actitud clínica y asistencial alcanza su máxima expresividad. En este ámbito existe una notable confusión diagnóstica, debido a que las manifestaciones cutáneas, accesibles a la inspección y exploración convencionales, se agrupan en su semiología, aunque tengan etiologías diferentes. En la parte asistencial la actitud que prima está condicionada por la "vigilancia" de los peregrinos. En este sentido, resultan ilustrativas dos recomendaciones: 

"ni con licencia del administrador –del hospital– se acoja a ninguno que traiga mal contagioso"

"todas las noches al acostarse los peregrinos han de ser desnudados antes de que se acuesten y los que no estuvieren limpios: acostarlos en una cama aparte que hay para sarnosos"

Esto ilustra que además de la natural confusión diagnóstica a la que inducían las lesiones cutáneas la actitud sanitaria de "aislamiento" en el concepto genuino del término poseía un hondo calado, persiguiendo sin duda una finalidad preventiva. 

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Otras enfermedades

De manera sintética cabe aludir a otras enfermedades bacterianas documentadas a lo largo de la ruta jacobea con mayor o menor entidad. 

Entre ellas, y a título representativo de tres categorías diferentes de transmisión, cabe reseñar la blenorragia o gonococia, cuyo agente etiológico es Neisseria gonorrhoeae, y que constituye un ejemplo paradigmático de enfermedad de transmisión sexual. 

La tuberculosis pulmonar, ocasionada por Mycobacterium tuberculosis, representó sin duda un problema importante en los siglos XVII y XVIII, aunque al ser conocida desde el antiguo Egipto es creíble que representase una enfermedad típica de contagio por vía aérea en la ruta jacobea. 

En tercera instancia se encuentra el tifus exantemático, originado por Rickettsia prowazekii, que es transmitido por la picadura de piojos y que clínicamente se alude con el término tabardillo.

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Enfermedades víricas

Las enfermedades víricas documentadas en la ruta jacobea son mucho más escasas, probablemente debido a que el conocimiento que poseemos de su etiología es relativamente reciente y adolece del grado de documentación histórica que poseen las bacterianas. 

Al hilo de la reflexión anterior, si bien es cierto que el virus gripal A fue aislado en 1933 por Smith et al., el virus de la gripe B seis años más tarde y el virus de la gripe C en 1950, ello no es óbice para conocer que entre los siglos XII y XIX han ocurrido alrededor de 300 brotes polianuales de esta enfermedad. 

El primer registro de una pandemia importante se remonta al siglo XVI, siendo plausible que con anterioridad se hayan producido otras pandemias. En este sentido, es creíble que el Camino de Santiago se haya visto afectado por la actividad de los virus gripales con mayor o menor intensidad, habida cuenta de la migración este-oeste de la gripe, sentido en el que discurría el viaje hacia Compostela. 

En el mismo ámbito de focalidad, en cuanto a que son virus de transmisión aérea que originan patología de vías respiratorias, se sitúan los adenovirus y los coronavirus, que a buen seguro han estado involucrados en la génesis de morbilidad de peregrinos y cuidadores a lo largo de centurias. 

En la misma medida pueden haberse implicado los virus causantes de gastroenteritis, los de la hepatitis A y los herpesvirus en su sentido más genérico.

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Enfermedades fúngicas

Aunque conceptualmente no se trata de una enfermedad infecciosa en sentido estricto, cabe comentar en este apartado, por la entidad que ha mostrado a lo largo de la historia jacobea, el denominado ergotismo o Fuego de San Antón

Se produce por consumo de pan de centeno contaminado por el hongo Claviceps purpurea, lo cual daba lugar a una patología vascular mediada por un efecto vasoconstrictor potente, frente a la cual hoy día existe un tratamiento farmacológico eficiente, estando además erradicada. 

Este cuadro se evidenciaba en forma de brotes epidémicos en el norte de Francia, donde se consumía el referido alimento, existiendo una curación progresiva de los peregrinos a medida que cambiaban de dieta en su camino hacia zonas meridionales en las que abundaba el pan candeal de trigo, exento de la referida contaminación. 

Desde finales del siglo XI, la Orden de San Antón prestaba su asistencia a los afectados y adoptaba este nombre por la analogía que existía entre la sintomatología y el simbolismo de la muerte del santo en los ardores del desierto.

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