Don Rodrigo Díaz de Vivar
Don Rodrigo Díaz nació en
Vivar (pequeño pueblecito situado al lado de Burgos, en 1043.
Quedó huérfano de padre a los quince años y fue educado con el príncipe
Sancho, hijo de Fernando I, primer rey de Castilla. Quizás estudió,
también, en el Monasterio de Cardeña.
Al morir Fernando I repartió su reino entre sus hijos e hijas. Don
Rodrigo fue armado caballero de Sancho II, a quien su padre había
dejado Castilla, y guerreó junto a él hasta que éste fue asesinado
mientras intentaba conquistar la ciudad de Zamora a su hermana doña
Urraca.
Se le llamó Campeador a raíz de un duelo con el alférez del reino de
Navarra, a quien venció.
El nombre de Mío Cid viene del árabe; parece que le fue concedido por
éstos en reconocimiento a su valentía.
A la muerte de Sancho II, pasa a ser vasallo de Alfonso VI, hermano de
Sancho. En la Jura de Santa Gadea, Rodrigo, antes de jurar fidelidad a
su nuevo rey, pide cuentas al rey sobre la muerte de su hermano.
El nuevo monarca no sólo no manifestó resentimiento hacia el Campeador,
sino que, consciente de la valía de sus servicios, lo honró
concediéndole la mano de su sobrina, doña Jimena, con quien casó en
julio de 1074. No obstante, unos años después, en 1081, una inoportuna
expedición a tierras toledanas sin el permiso real, que puso en grave
peligro las negociaciones emprendidas por Alfonso VI para obtener la
emblemática ciudad de Toledo, provocó su destierro de Castilla y la
confiscación de todas sus posesiones.
Acompañado de su mesnada, el Campeador ofreció sus servicios primero a
los condes Ramón Berenguer II y Berenguer Ramón II de Barcelona, pero,
al ser rechazado, decidió ayudar a al-Muqtadir, rey de Zaragoza, en la
lucha que mantenía con su hermano al-Mundir, rey de Lérida, Tortosa y
Denia, quien contaba con el apoyo de los condes de Barcelona y del
monarca Sancho I Ramírez de Aragón.
Al servicio de al-Muqtadir, venció en Almenar a Berenguer Ramón II
(1082) y cerca de Morella a al-Mundir y el soberano aragonés (1084).
Durante este período fue cuando recibió el sobrenombre de Cid, derivado
del vocablo árabe sid, que significa señor.
En 1086, Rodrigo se reconcilia con el rey y parte hacia Levante, donde
consigue vencer a varios taifas musulmanes, a los que hace tributarios
de su rey.
Una nueva discusión con Alfonso VI lo envía de nuevo al destierro,
acusado de traición.
En 1093 pone sitio a Valencia y en 1094 la conquista. Valencia es
territorio cristiano hasta 1101, en que vuelve a caer en manos de los
almorávides.
Don Rodrigo había muerto en 1099.
Algunos fragmentos del Cantar del
Mio Cid
"Alli piensan de aguijar, alli sueltan las riendas.
A la exida de Bivar hobieron la corneja diestra,
Y entrando a Burgos hobieronla siniestra.
Meçio mio Çid los hombros e engrameo la tiesta.
-¡Albriçia, Albar Fañez, ca echados somos de tierra!
Mio Çid Ruy Diaz por Burgos entraba,
En su compaña, sesaenta pendones;
exienlo ver mugieres y varones:
Burgueses y burguesas por las finiestras son
Plorando de los ojos, ¡tanto habian el dolor!
De las sus bocas todos decian una razon:
-¡Dios que buen vasallo! ¡Si hobiese buen Señor!"
"Ya lo vee el Çid que del rey no habia graçia.
Partiose de la puerta, por Burgos aguijaba,
Llego a Santa Maria, luego descabalga,
Finco los hinojos, de coraçon rogaba;
La oracion fecha, luego cabalgaba.
Salio por la puerta y en Arlançon posaba;
Cabo esa villa en la glera posaba
Fincaba la tienda y luego descabalgaba.
Mio Çid Ruy Diaz, el que en buen hora çinxo espada,
Poso en la glera, quando no le coge nadi en casa,
Derredor d’el una buena compaña;
Asi poso mio Çid como si fuese en montaña.
Vedada le han compra dentro en Burgos la casa
De todas cosas quantas son de vianda;
No le osarien vender al menos dinarada
Martin Antolinez el burgales cumplido,
A mio Çid y a los suyos abastales de pan y de vino;
No lo compra, ca el se lo habia consigo,
De todo conducho bien los hobo bastidos.
Pagose mio Çid el Campeador y todos los otros que van a su
Servicio"
"Tornabase Martin Antolinez a Burgos y mio Çid a aguijar,
Para San Pero de Cardena quanto pudo a espolear
Con estos caballeros que le sirven a su sabor.
Apriessa cantan los gallos y quieren quebrar albores
Cuando llego a San Pero el buen Campeador.
El abad don Sancho, cristiano del Criador,
rezaba los matines a vuelta de los albores;
Hy estaba doña Ximena con çinco dueñas de pro
rogando a San Pero y al Criador.
-¡Tu, que a todos guias, vala mio Cid el Campeador!
Llamaban a la puerta, hy sopieron el mandado.
¡Dios, que alegre fue el Abad don Sancho!
Con lumbres y con candelas al corral dieron salto,
Con tan gran gozo le reçiben al que en buen hora nasco."
"Soltaron las riendas piensan de andar.
Çerca viene el plazo por el reino quitar.
Vino mio Çid yazer a Espinaz de Can.
Otro dia mañana piensa de cabalgar,
Grandes gentes se le acogian esa noche de todas partes.
Ixiendose va de tierra el Campeador leal,
De siniestro San Esteban, una buena çiudad,
De diestro Alilon las torres, que moros las han;
Paso par Alcobiella que de Castiella fin es ya,
La calçada de Quinea ibala traspasar,
Sobre Navas de Palos el duero va pasar,
A la Figueruela mio Çid iba posar.
Vansele acogiendo gentes de todas partes.
Hy se echaba mio Çid despues que fue çenado;"
"Todos fieren en el haz do esta Pero Vermuez;
trezinetas lanças son, todas tienen pendones,
Seños moros mataron todos de seños colpes,
A la tornada que fazen otros tantos son.
¡Veriedes tantas lanzas y alçar,
Tanta adagara foradar y pasar,
Tanta loriga falsa desmanchar
Tantos pendones blancos salir bermejos en sangre,
Tantos buenos caballos sin sus dueños andar!
Los moros llaman: ¡Mafomat!
Y los cristianos: ¡Sant Yaguo!"
"Como se lo ha dicho al Campeador mucho le plaze.
Mañana era y piensanse de armar,
Quis cada uno d’ellos bien sabe lo que ha de far.
Con los albores mio Çid ferirlos va.
¡En el nombre del Criador y del apostol Santi Yaguo!
Feridlos, caballeros, de amor y de grado y de gran voluntad,
Ca yo so Ruy Diaz, mio Çid el de Bivar."
"¡Dios, que alegre era todo cristianismo,
Que en tierras de Valençia señor habia obispo!
Alegre fue Minaya y espidiose y vinose.
Tierras de Valençia remanidas en paz,
Adeliño para Castiella Minaya Alvar Fañez,
Dexarevos las posadas, no las quiero contar.
Demando por Alfonso, do lo podrie fallar;
Fuera el Rey a San Fagun aun poco ha,
Tornose a Carrion, hy lo podrie fallar.
Alegre fue de aquesto Minaya Alvar Fañez,
Con esta presentaja adeliño para alla.
De missa era exido esora el Rey Alfonso;
Afe Minaya Alvar Fañez do llega tan apuesto,
Finco sus hinojos ante todo el pueblo,
A los pies del Rey Alfonso cayo con gran duelo,"
"Tales ganançias traen que son a aguardar.
Andan los dias y las noches y pasada han la sierra
Que las otras tierras parte.
Por el Rey don Alfonso toman se a preguntar;
Pasando van las sierras y los montes y las aguas,
Llegan a Valladolid, do el Rey Alfonso estaba.
Enviabanle mandado Pero Vermuez y Minaya,
Que mandase reçibir a esta compaña,
Mio Çid el de Valencia envia su presentaja.
Alegre fue el Rey, no viestes atanto,
Mando cabalgar apriessa todos sus fijos d’algo,
Y en los primeros el Rey fuera dio salto
A ver estos mensajes del que en buen hora nasco.
Los Ifantes de Carrion, sabed, hy se açertaron,
El conde don Garçia, su enemigo malo;
A los unos plaze y a los otros va pesando.
A ojo lo habien los del que en buen hora nasco.
Cuedanse que es almofalla, ca no vienen con mandado.
El Rey don Alfonso seise santiguando,
Minaya y Pero Vermuez adelante son llegados,
Firieronse a tierra, desçendieron de los caballos,
Ante el Rey Alfonso los hinojos fincados,
Besan la tierra y los pies amos."
"No lo detardan, a mio Çid se tornaban.
D’ella parte y d’ella para las vistas se adobaban.
¿Quien vio por Castiella tanta mula preçiada,
Y tanto palafre que bien anda,
Caballos gruessos y corredores sin falla,
Tanto buen pendon meter en buenas astas,
Escudos boclados con oro y con plata,
Mantos y pieles y buenos çendales de Adria?
Conduchos largos el rey enviar mandaba
A las aguas de Tajo, do las vistas son aparejadas.
Con el rey atantas buenas compañas;
Los ifantes de Carrion mucho alegre se andan,
Lo uno adeudan y lo otro pagaban;
Como ellos tenien, creçer les ia la ganançia,
Quantos quisiesen haberes de oro o de plata.
El Rey don Alfonso apriessa cabalgaba,
Condes y podestades y muy grandes mesnadas;
Los Ifantes de Carrion lievan grandes compañas.
Con el rey van leoneses y mesnadas galizianas,
No son en cuenta, sabed, las castellanas.
Sueltan las riendas, a las vistas se van a deliñadas."
"Luego se levantaron los ifantes de Carrion,
Van besar las manos al que en hora buena naçio,
Camearon las espadas ante el rey don Alfonso.
Fablo el rey don Alfonso como tan buen señor.
- Grado y graçias, Çid, como tan bueno, y primero al Criador.
Que me dades vuestras fijas para los Ifantes de Carrion.
D’aqui las prendo por mis manos a doña Elvira y doña Sol
Y dolas por veladas a los ifantes de Carrion.
Yo las caso a vuestras fijas con vuestro amor,
Al Criador plega que hayades ende sabor.
Afelos en vuestras manos los ifantes de Carrion,
Ellos vayan convusco, cad’aquende me torno yo,
Trezientos marcos de plata en ayuda les do yo,
Que metan en sus bodas o do quisieredes vos,
Pues fueren en vuestro poder en Valençia la mayor,
Los yernos y las fijas todos vuestros fijos son,
Lo que vos ploguiere d’ellos fed, Campeador.
Y a todas las dueñas y a los fijos d’algo;
Por pagados se parten de mio Çid y de sus vasallos.
Gran bien dizen d’ellos, ca sera aguisado.
Mucho eran alegres Diego y Fernando,
Estos eran fijos del conde don Gonçalo.
Venidos son a Castiella aquestos hospedados,"
"Entre noche y dia salieron de los montes,
A las aguas de Duero ellos arribados son,
A la torre de doña Urraca el las dexo.
A San Esteban vino Felez Muñoz,
Fallo a Diego Tellez, el que de Alvar Fañez fue.
Quando el lo oyo, pesole de coraçon,
Priso bestias y vestidos de pro,
Iba reçibir a doña Elvira y a doña Sol;
En San Esteban dentro las metio,
Quanto el mejor puede alli las hondro.
Los de San Esteban siempre mesurados son,
Quando sabien esto, pesoles de coraçon,
A las fijas del Çid danles esfuerço.
Alli sovieron ellas fasta que sanas son.
Alabandose seian los ifantes de Carrion;
De cuer peso esto al buen rey don Alfonso.
Van aquestos mandados a Valençia la mayor;
Quando se lo dizen a mio Çid el Campeador,
Una gran hora penso y comidio.
Alço la su mano, a la barba se tomo."
"Aduxiesen a sus fijas a Valençia la mayor.
No lo detardan el mandado de su señor,
Apriessa cabalgan, los dias y las noches andan.
Vinieron a San Esteban de Gormaz, un castiello tan
fuerte,
Hy albergaron por verdad una noche.
A San Esteban el mandado llego,
Que vinia Minaya por sus primas amas a dos.
Varones de San Esteban, a guisa de muy pros,
Reçiben a Minaya y a todos sus varones,
Presentan a Minaya esa noche gran enfurçion;
No se lo quiso tomar, mas mucho se lo gradio."
Romance de las
bodas de Rodrigo y Jimena
A Jimena y a Rodrigo
prendió el rey palabra y mano
de juntarlos para en uno
en el solar de Laín Calvo;
las enemistades viejas
con amor las olvidaron,
que donde preside amor
se olvidan quejas y agravios.
El rey dio al Cid a Valduerna,
a Saldaña y Belforado
y a San Pedro de Cardeña,
que en su hacienda vincularon.
Entróse a vestir de boda
Rodrigo con sus hermanos;
quitóse gola y arnés
resplandeciente y grabado;
púsose un medio botarga
con unos vivos morados,
calzas, valona tudesca
de aquellos siglos dorados.
Eran de grana de polvo
y de vaca los zapatos
con dos hebillas por cintas
que le apretaban los lados;
camisón redondo y justo,
sin filetes ni recamos,
que entonces el almidón
era pan para muchachos.
Puso de raso un jubón
ancho de manga, estofado,
que en tres o cuatro batallas
su padre lo había sudado.
La Tizona rabitiesa,
del mudo terror y espanto,
en tiros nuevos traía
que costaron cuatro cuartos.
Más galán que Gerineldos
bajó el Cid famoso al patio,
donde el rey, obispo y grandes
en pie estaban aguardando.
Tras esto bajó Jimena
tocada en toca de papos,
y no con estas quimeras
que agora llaman hurracos.
De paño de Londres fino
era el vestido bordado;
unas garnachas muy justas
con un chapín colorado,
un collar de ocho patenas
con un San Miguel colgando,
que apreciaron una villa
solamente de las manos.
Llegaron juntos los novios,
y al dar la mano y abrazo,
el Cid mirando a la novia
le dijo todo turbado:
—Maté a tu padre, Jimena,
pero no a desaguisado,
matéle de hombre a hombre
para vengar un agravio.
Maté hombre y hombre doy,
aquí estoy a tu mandado;
en lugar del muerto padre,
cobraste marido honrado.
Romance de
doña Urraca, cercada en Zamora
Rey don Sancho, rey don Sancho,
ya que te apuntan las barbas,
quien te las vido nacer
no te las verá logradas.
Don Fernando apenas muerto,
Sancho a Zamora cercaba,
de un cabo la cerca el rey,
del otro el Cid apremiaba.
Del cabo que el rey la cerca
Zamora no se da nada;
del cabo que el Cid la aqueja
Zamora ya se tomaba;
corren las aguas del Duero
tintas en sangre cristiana.
Habló el viejo Arias Gonzalo,
el ayo de doña Urraca:
—Vámonos, hija, a los moros
dejad a Zamora salva,
pues vuestro hermano y el Cid
tan mal os desheredaban.
Doña Urraca en tanta cuita
se asomaba a la muralla,
y desde una torre mocha
el campo del Cid miraba.
Romance del caballero
leal zamorano y de Vellido Dolfos,
que se salió de Zamora para con falsedad
haceros vasallo del rey don Sancho
Sobre el muro de Zamora
vide un caballero erguido;
al real de los castellanos
decía con grande grito:
—¡Guarte, guarte, rey don Sancho,
no digas que no te aviso,
que del cerco de Zamora
un traidor había salido:
Vellido Dolfos se llama,
hijo de Dolfos Vellido;
si gran traidor fue su padre,
mayor traidor es el hijo;
cuatro traiciones ha hecho,
y con ésta serán cinco!
Si te engaña, rey don Sancho,
no digas que no te aviso.
Gritos dan en el real:
¡A don Sancho han malherido!
¡Muerto le ha Vellido Dolfos;
gran traición ha cometido!
Romance de la Jura
de Santa Gadea
En
Santa Gadea de Burgos
do juran los hijosdalgo,
allí toma
juramento
el Cid al rey castellano,
sobre
un cerrojo de
hierro
y una ballesta de palo.
Las juras eran tan recias
que
al buen rey ponen espanto.
—Villanos
te maten,
rey,
villanos,
que no hidalgos;
abarcas traigan calzadas,
que no zapatos con
lazo;
traigan
capas
aguaderas,
no capuces ni tabardos;
con
camisones de estopa,
no de holanda ni labrados;
cabalguen
en
sendas burras,
que no en mulas ni en caballos,
las riendas
traigan de cuerda,
no de cueros fogueados;
mátente
por las
aradas,
no en camino ni en poblado;
con cuchillos
cachicuernos,
no con puñales dorados;
sáquente
el corazón
vivo,
por el derecho costado,
si no dices la verdad
de lo
que te es preguntado:
si
tú fuiste o
consentiste
en la muerte
de tu hermano.
Las juras eran tan fuertes
que
el rey no las ha otorgado.
Allí
habló un
caballero
de los
suyos mas privado:
—Haced la jura, buen rey,
no tengáis de
eso cuidado,
que
nunca fue rey
traidor,
ni Papa
descomulgado.
Jura entonces el buen rey,
que en tal nunca se ha
hallado.
Después
habla contra
el Cid
malamente y
enojado:
—Muy mal me conjuras, Cid,
Cid, muy mal me has
conjurado;
mas
hoy me tomas la jura,
después besarme has la mano. Respondiérale
Rodrigo,
d'esta manera ha
fablado:
—Por besar mano de rey
no me tengo por honrado, porque la besó mi padre
me tengo por afrentado.
—Vete de mis tierras,
Cid,
mal caballero probado, y no vengas más a ellas
dende este día en un año. —Pláceme, dijo el buen
Cid,
pláceme, dijo, de grado, tú me destierras por uno,
yo me destierro por cuatro.
— Ya se despide el buen
Cid,
sin al rey besar la mano, con trescientos
caballeros,
todos eran hijosdalgo,
todos son hombres
mancebos,
ninguno hay viejo ni
cano; todos llevan lanza en
puño
con el hierro acicalado,
y llevan sendas adargas,
con borlas de colorado; mas no le faltó al buen
Cid
adonde asentar su campo.
Romance: el
Campeador envió a buscar a su mujer y a sus hijas a Castilla
Partíos
dende, los moros,
vuestros muertos soterrad;
pensad, de los
malheridos,
y a los cuitados contad
que
el saber nuestro en la
guerra
es humildoso en la paz,
que no quiero sus haciendas,
no
se las iré a quitar,
ni
para mis barraganas
sus hijas he de
tomar,
que yo no uso más mujeres
que la mía natural.
Y
mándovos yo, Alvar Fáñez,
si he poder de vos mandar,
que por
mí doña Jimena
y mis hijas otro tal,
a
San Pedro de
Cardeña
os queráis encaminar;
rogaréis al rey Alfonso
que
me las deje sacar;
llevaréisle
mi presente
cómo a señor
natural.
Y vos, Martín Antolínez,
con Alvar Núñez andad,
y
a los honrados judíos
Raquel y Vidas llevad
los tres mil
marcos de plata
que vos quisieron prestar;
pagadles
la
logrería,
otros mil marcos de más.
Rogarles heis de mi
parte
que me quieran perdonar
el
engaño de los cofres
que
en prenda les fui a dejar,
porque con cuita lo hice
de mi gran
necesidad;
y
aunque cuidan que es arena
lo que en los cofres
está,
A quedó soterrado en ellos
el oro de mi verdad.
Romance: Mensaje de
Alvar Fáñez y perdón del Cid
Llegó
Alvar Fáñez a Burgos
a llevar al rey la empresa
de cautivos y
caballos,
de despojos y riquezas,
con
cien llaves de las
villas
y castillos que rindiera.
Los que a lo
lejos los vían
piensan que es gente de guerra,
y
en grande
alegría tornan
al saber del Cid las nuevas.
Entró
Alvar Fáñez al rey,
y pidiéndole licencia,
besóle
la mano y
dijo:
—Rey, reciba vuestra alteza
de un hidalgo desterrado
la
voluntad por ofrenda.
De
aqueste don que te envía
toma
solamente en cuenta
que es ganado de los moros
a precio de
sangre buena;
que
con su espada en dos años
te ha ganado el
Cid mas tierras
que te dejó el rey Fernando,
tu padre, que en
gloria sea.
Y
una merced sola pide
el Cid, que tu mano besa,
y
te suplica le envíes
sus hijas y su Jimena;
salgan
de su
soledad
de San Pedro de Cardeña
y vayan a ser señoras
de
la ciudad de Valencia.
Apenas
calló Alvar
Fáñez,
cuando la envidia revienta
y el conde García
Ordóñez
hablaba en mala manera:
—De
las ganancia del
Cid,
buen rey, no hagáis mucha cuenta,
que cuanto ganó en un
año
acaso en dos días pierda;
querrá
que el destierro
olvides
con esto que te presenta.
Caló Alvar
Fáñez la gorra,
y empuñando con la diestra,
tartamudo
de
coraje,
le dio al conde esta respuesta:
—¡Cortesanos,
maldicientes,
cuán mal pagáis la defensa
que
tuvisteis en la
espada
que ha ensanchado vuestra tierra!
El Cid os tiene
ganado
otro reino y cien fronteras
y os quiere dar tierras suyas aunque le echéis de las vuestras. Pudiera dárselo a extraños, mas para cosa tan fea
es Rodrigo de Vivar castellano a las derechas. Descansen sus envidiosos, descansen mientras les sea
el pecho del Cid muralla de su vida y de sus tierras, y entretengan en palacio sus ocios enhorabuena,
mas cuiden mejor sus honras en vez de manchar la ajena. Y tú, rey, que las lisonjas a tu placer aprovechas,
has de las lisonjas huestes y verás cómo pelean. Perdona, que con enojo pierdo el respeto a tu alteza,
y dame, si me has de dar, a las hijas y a Jimena, pues te ofrezco su rescate como si estuvieran presas.
Levantóse el rey Alfonso y al buen Alvar Fáñez ruega que se sosiegue, y los dos vayan a ver a Jimena.
Y al salir, ante la corte, dijo parado en la puerta: - Al Cid el destierro alzo y le devuelvo sus tierras;
como todo lo que ha ganado confírmole yo a Valencia, y le añado de lo mío Odrejón, Campó y Briviesca,
Langa y todas sus alfoces, con el castillo de Dueñas; que la honra del Cid es mía y es honra de España entera.
Romance: Pavor de los condes de CarriónAcabado de yantar, la faz en somo la mano, durmiendo está el señor Cid en el su precioso escaño.
Guardándole están el sueño sus yernos Diego y Fernando, y el tartajoso Bermudo, en lides determinado.
Fablando están juglerías, cada cual por hablar paso, y por soportar la risa puesta la mano en los labios,
cuando unas voces oyeron que atronaban el palacio, diciendo: "¡Guarda el león! ¡Mal muera quien lo ha soltado!"
No se turbó don Bermudo; empero los dos hermanos con la cuita del pavor de la risa se olvidaron,
y esforzándose las voces, en puridad se hablaron y aconsejáronse aprisa que no fuyesen despacio.
El menor, Fernán González, dio principio al fecho malo; en zaga al Cid se escondió, bajo su escaño agachado.
Diego, el mayor de los dos, se escondió a trecho más largo, en un lugar tan lijoso, que no puede ser contado.
Entró gritando el gentío y el león entró bramando, a quien Bermudo atendió con el estoque en la mano.
Aquí dio una voz el Cid, a quien como por milagro se humilló la bestia fiera, humildosa y coleando.
Agradecióselo el Cid, y al cuello le echó los brazos, y llevólo a la leonera faciéndole mil falagos.
Aturdido está el gentío viendo lo tal; no catando que entrambos eran leones, mas el Cid era el más bravo.
Vuelto, pues, a la su sala, alegre y no demudado, preguntó por sus dos yernos su maldad adivinando.
—Del uno os daré recaudo, que aquí se agachó por ver si el león es fembra o macho. Allí entró Martín Peláez
aquel temido asturiano, diciendo a voces: —¡Señor, albricias, ya lo han sacado! El Cid replicóle: —¿A quién?
Él respondió: —Al otro hermano, que se sumió de pavor do no se sumiera el diablo. Miradle, señor, dó viene; empero facéos a un lado, que habéis, para estar par dél, menester un incensario. Agraviáronse los condes, con el Cid quedan odiados; quisieran tomar sobre él la deshonra de ellos ambos.
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