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Un episodio fantástico relaciona este espacio con la ciudad de Lucerna, sumergida y anegada por sus pobladores, ante su inminente conquista por Carlomagno. También se extendió la creencia de que, en su fondo, se hallaba Durandarte, la célebre espada de Roldán.

En el ámbito prerromano, se cuenta que el lago surgió por las lágrimas de la semidiosa celta Bernia como consecuencia de un desamor con el centurión Cancio.

Se dice que, por sus orillas, paseó Dª Beatriz de Ossorio, que prefirió enclaustrarse en el próximo convento de S. Mauro de Villarrando antes que desposarse con el Conde de Lemos, al estar locamente enamorada de D. Álvaro, el Señor de Bembibre. Con respecto a esta historia romántico-sentimental, se nos ha transmitido un apasionante relato:

En el próximo Castillo de Cornatel vivía en otros tiempos un señor templario.

En una de sus cacerías, sorprendentemente, se encontró con una bella pastora o vaqueira. Quedó prendado totalmente de ella: la violó y forzó.

Enterado su mozo de la afrenta, se dirigió yendo en busca del noble. Al hallarlo, le clavó un cuchillo en el vientre, acabando con su vida. Tuvo que huir, seguidamente, a “tierra de morería”, ante la suposición de terribles represalias en su contra.

Volvió mucho tiempo después, sirviendo como monje en el monasterio cercano a Carucedo, del que llega a ser abad.

Las gentes de todo el contorno le imploran, pues se quejan de una bruja que los atemoriza con extraordinarios poderes para el “mal de ojo” y las desgracias. Acude, pues, el abad en busca de la mujer para conjurarla y exorcizarla. Esta mujer es su antigua amada. Se abrazan y el encuentro es tan apasionado que se producen fenómenos extrahumanos: del cielo provienen rayos, truenos y centellas, la ermita que los protegía tembló y se estremeció y el valle entero quedó cubierto por las aguas.

Así apareció el lago de Carucedo.

En la ermita que desapareció bajo las Aguas aún se mantendrían señales de este increíble evento.