Las enfermedades de los peregrinos
No existen muchos datos sobre los males que atacaban a los peregrinos,
o los que traían consigo, porque los libros de los hospitales sólo
indican la muerte de los mismos, sin hacer referencia a su causa.
En
todo caso quedaría como muestra anotado el nombre del enfermo con una
somera reseña de su procedencia con la frase "enfermó ó entró a
curarse". Incluso en siglos tardíos de la peregrinación, en
prestigiosas instituciones hospitalarias muy desarrolladas, como la del
Hospital Real de Santiago en su Libro de admisión de enfermos
(1630-1631) se muestra como un registro administrativo, donde se
anotaban la procedencia, la condición social y alguna particularidad
más del peregrino, pero no las de sus enfermedades, diagnósticos,
tratamientos, y curaciones; por lo que es ardua la labor de
investigación en este campo. El texto más antiguo que relata las dolencias de los caminantes es el Códice Calixtino,
donde hace referencia diferenciada de las curaciones que puede realizar
el Apóstol, y aquellas particularizadas en un régimen médico más
especializado. Con respecto a la capacidad de multiterapeuta que tenía Santiago
se podrá comprobar en el texto la inmensa gama de sus posibilidades,
que animaba a cualquier enfermo a aventurar el Camino cara a Compostela: "…
devuelve (Santiago) la vista a los ciegos, el paso a los cojos, el oído
a los sordos, el habla a los mudos, la vida a los muertos y curaba a
las gentes de toda clase de enfermedades para gloria y alabanza de
Cristo …". En otro apartado más conciso
del Códice se aportan datos más fidedignos, pero que también tienen un
alto índice de irrealidad al parecer copiados de algún tratado médico
de la época, por la gran concisión y exactitud de las
enfermedades. Enfermedades de la piel: la lepra y la sarna. Enfermedades del sistema nervioso: los frenéticos, maniosos, paralíticos, tremulosos, energúmenos, lunáticos. Enfermedades de la vista: los scotomáticos, albuginosos y epiforosos. Enfermedades de orina y riñón: los estranguiriosos, dissuriosos y nefríticos. Afecciones pulmonares: los flegmáticos, tísicos. Enfermedades de los artríticos: los artéticos, podrágicos, neumosos. Enfermedades del estómago: los estomáticos, disentéricos. Enfermedades del hígado: los coléricos, hepáticos e ictéricos. Poco
resuelve esta enumeración el problema específico de los peregrinos al
atribuirles casi todas ellas enfermedades de la época, pero seguro que
se quiere indicar la conciencia de las enfermedades que pudieran
afectarles, que algunos tratarían de curar en Compostela o las
adquirirían en el Camino. A todas ellas
habría que añadir las propias del Camino, como las caídas y golpes con
traumatismos graves, las mordeduras de los distintos reptiles y
animales que encontraban a su paso, las lesiones en los pies por las
largas etapas, las derivadas de los fríos y calores que habrían de
afectar a las vías respiratorias y deshidrataciones, a las debidas al
exceso o falta de humedad que agraviaban los estados de salud de los
peregrinos. Además debían de ser víctimas
propiciatorias de cosas tan comunes como el cambio de régimen
alimenticio de las zonas por donde pasaban, que les habían de producir
trastornos estomacales, estados de debilidad y trastornos gástricos que
habían de acabar en "…fiebres pútridas y
malignas, fiebres petequiales, reumáticas, mesentéricas, fluxos de
vientre, dolores cólicos, pulmonías, anginas espúreas …", como se cita en el Hospital Real de Santiago en 1760, con ocasión de un año de crisis alimentaria. Todo
ello debía verse aumentado en las aglomeraciones que sufrían en
albergues y hospitales, sometidos a los contagios y epidemias de las
épocas, que por falta de higiene habrían de complicar aún más el
panorama sanitario del viandante. Aunque todo dependiera de la
naturaleza e importancia del hospital, los contagios harían estragos
entre los peregrinos, a pesar de haber normas muy concretas para
erradicarlos, pero la suciedad y la enfermedad se alojaban en los
cuerpos y en las indumentarias, siendo preciso una higiene integral que
no existía.
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