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"En compañía del conde
estaba un hidalgo honrado,
Fernán Antolínez llaman
de Dios es muy abogado,
el cual tiene por costumbre,
de devoción inflamado,
el oír todas las misas
que se dicen en sagrado"
.

Sus compañeros de armas le tacharon de cobarde por haberse quedado en el templo mientras sus compañeros de armas salen a batallar. Pero en su caballo, en la batalla, apareció un combatiente que con la espada en la mano hace estragos entre los moros.

"De todos los caballeros
ninguno es tan señalado,
con la sangre de los moros
el campo deja bañado".

Después del combate, el conde preguntó por Antolínez porque le pareció verlo matar a brazo partido al enemigo. Pero Antolínez estaba todavía en la ermita, muy apurado por haber faltado a la batalla. Dios lo libró de la vergüenza. Salió de hacer oración y mostró las heridas de su caballo. Sus ropajes y ataduras se hallaban empapados de sangre negra de los infieles.

-¡Milagro! ¡Milagro! -gritó su escudero.

Santiago lo había sustituido en la batalla, en el Vado del Cascajar. Enterado de lo ocurrido, el conde dio gracias a Dios por el prodigio que con su oración había conseguido el devoto caballero.

Realizado por Roberto Conde