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El conde Fernán GonzálezEl monasterio de San Pedro de Arlanza fue fundado por Gonzalo Fernández, padre de Fernán González en el año 912. Está considerado como la "Cuna de Castilla" y uno de los cenobios más impresionantes que tuvo la Castilla condal. 

Una leyenda sobre el origen del monasterio de San Pedro de Arlanza, cuenta que estaba el conde Fernán González de cacería por unos valles angostos del condado de su padre, cuando un enorme jabalí le salió al paso. Intentando darle caza, el conde se despreocupó de todo lo demás y fue a caer en una cueva donde vivía un santo ermitaño (otros dicen que eran tres: Arsenio, Sylvano y Pelayo). Pelayo le profetizó un futuro muy brillante, tanto a él como a su familia, viendo como ellos llevarían a Castilla hasta su independencia y hacia un próspero futuro. 

Monasterio de S. Pedro de ArlanzaCuando el conde volvió a aquel lugar, a dar las gracias, se encontró con que Pelayo había muerto, presentándose esa misma noche en sueños para aconsejarle sobre la disposición de tropas. Fue tal el éxito del conde que en su honor mandó edificar el suntuoso monasterio. 

Al otro lado del rio puede verse una ermita dedicada a San Pelayo. 

Quiso Fernán González ser enterrado con su esposa Sancha en este lugar y aquí han permanecido sus restos desde que falleciera ,en 970, hasta que, tras la desamortización eclesiástica de Mendizábal y el consiguiente abandono de las dependencias monacales, fuera necesario, en 1841, trasladar los sarcófagos a la Colegiata de la vecina población de Covarrubias. 

La historia de la fundación del monasterio está plagada de leyendas. 

Sepulcro de Fernán GonzálezEn un documento del siglo XVI, del abad del monasterio, Fray Antonio Yepes, se lee que «en ocasiones de grandes jornadas y empresas de armas, cuando ha de haber algún notable suceso en ellas, se oye un gran ruido en la tumba del conde Fernán González como animando a sus sucesores, y a su sangre, para que sigan por el mismo camino por donde él anduvo». 

El monasterio fue recibiendo múltiples reliquias. Así lo recoge Fray Antonio Yepes: «Son tantas las que leí de confesores y mártires, que me pareció cosa prolija referirlas en este lugar, sólo diré de San Pedro y San Pablo, a quien la iglesia está dedicada, y de ellos hay dos reliquias notables: buena parte de un brazo de San Pedro, y un dedo de San Pablo. Hay ocho cuerpos de santos: San Vicente, Santa Sabina y Santa Cristeta, mártires; San Pelayo, San Arsenio y San Sylvano, y el santo abad García y el santo rey Wamba». 

Una que particularmente llama la atención es el famoso Lignum Crucis que albergó el monasterio. Así lo describe el fraile benedictino: «hay un trozo grande en esta casa de la cruz en que padeció el Señor, dicen que la envió el papa Juan XI al conde. Está el Lignum Domini engastado en oro, con muy buenas labores, y en forma de la figura de la cruz, que llamamos de ordinario de Caravaca o de Santispíritus». 

La sorpresa viene por los hechos que atestigua el clérigo: «Es ceremonia acostumbrada de la Orden de San Benito, en los Viernes Santos y las fiestas de la cruz, adorarla, postrándose todo el convento por el suelo, y en semejantes días son testigos todos los monjes que han hecho aquella ceremonia, que hay en el templo un olor perfectísimo, cual nunca se suele sentir en otras ocasiones. También el santo madero es remedio cierto contra endemoniados, y cuando se temen del hielo y el granizo ». 

Otro hecho sorprendente sobre esta reliquia tiene relación con un obispo de Burgos que, ante las dudas que le surgían sobre la autenticidad de la reliquia, decidió arrojarla al fuego, sin que sufriera daño alguno. Es más, por lo visto apagó la lumbre de manera instantánea. 

Existen otras leyendas de las que no ha sido fácil rescatar ninguna crónica, como la que asegura que en un tablero enlosado en el pavimento se desarrollo una extraña partida. Por lo visto un templario se enfrentó a un visitante de galas negras con una sonrisa seductora: el mismo diablo.

Otra leyenda asegura que en la torre circular mejor conservada del monasterio son muchos los que han visto, cuando se oculta el sol, la figura de una fantasmal dama vestida con una túnica blanca. Así se cuenta en el Poema de Fernán González el encuentro entre el conde y San Pelayo:

"Cuando la oración el Conde hobo acabada,
Vino a él un monje de la pobre posada;
Pelayo había nombre, vivía vida lacerada,
Saludóle e preguntóle cuál era su andada.

Díjole que tras el puerco era ahi venido;
Era de su mesnada arredrado e partido;
Si por pecados fuese de Almozore sabido
Non fincaría tierra donde escapase vivo.

Recudióle el monje; dijo: ruégote por Dios, amigo,
Si fuese tu mesura que hospedases conmigo,
Darte he yo pan de ordio, que non tengo de trigo;
Darte he yo del agua, que non tengo del vino;
Sabrás cómo has de facer contra el tu enemigo.
El Conde Ferrán González, que se fizo su amigo,
Del monje San Pelayo rescibió su convido;
Del ermitaño santo tóvose por bien servido,
Mejor non albergara después que fué nascido.

Dijo don fray Pelayo delante su señor:
Fágote, el buen Conde, de tanto sabidor
Que quiere la tu facienda guiar el Criador;
Vencerás todo el poder del moro Almozor.

Farás grandes batallas en la gente descreída;
Muchas serán las gentes a quién quitarás la vida;
Cobrarás de la tierra una buena partida;
La sangre de los reyes por ti será vertida.

 
Non quiero más decirte de toda tu andanza;
Será por todo el mundo temida la tu lanza;
Cuanto que yo te digo ténlo por aseguranza;
Dos veces serás preso, créeme sin dudanza.

Antes de tercero día te verás en gran cuidado
Ca verás el tu pueblo todo muy mal espantado;
Verás un fuerte signo cual nunca vió home nado,
El más lozano dellos será muy mal desmayado.

Tu confortarlos has cuanto mejor podieres;
Decirles has a todos que semejarán mujeres;
Depárterles el signo cuanto mejor podieres;
Perderán todo el miedo cuando se lo departieres.

Despídete agora con lo que has oído;
Aqueste lugar pobre non lo eches en olvido;
Fallarás el tu pueblo triste e dolorido,
Faciendo lloro e llanto e dando apellido.

Por lloro ni por llanto non facen ningún tuerto,
Ca piensan que eres preso e que moros te han muerto,
E que quedan sin señor e sin ningún confuerto:
Coidaban con los moros por ti salir al puerto.

Mas ruégote, amigo, e pídotelo de grado:
Cuando hobieres tú, el buen Conde, el campo arrancado,
Véngate en mientes que somos convento lacerado,
E non se te olvide el pobre hospedado.

Señor: tres monjes somos, asaz pobre convento,
La nuestra pobre vida non ha nin par nin cuento;
Mas si Dios non nos envía algún consolamiento
Daremos a las sierpes nuestro habitamiento.

El Conde dióle respuesta como home enseñado;
Dijo: don fray Pelayo, non hayas cuidado;
Cuanto que demandastes se vos ha otorgado;
Conosceredes adonde diestes el vuestro hospedado.

Si Dios aquesta lid me deja arrancar,
Quiero de todo el mío quinto a este lugar dar;
Demás, cuando muriere, aquí me mandar soterrar,
Que mejore por mi siempre aqueste lugar.

Faré otra iglesia de más fuerte cimiento,
Faré dentro en ella el mi soterramiento;
Daré ahi donde vivan de monjes más de ciento
Que sirvan todos a Dios e fagan su mandamiento.

Despidióse del monje alegre e muy pagado;
Vinóse para Lara el Conde aventurado;
Cuando allá llegó e le vió el su fonsado,
El lloro e el llanto en gozo fué tornado.

Contó a sus varones cómo le había contido
Del monje que fallara, que yacía ascondido;
Cómo fuera su huésped e tomara su convido,
E que mejor non albergara después que fué nascido.”

Realizado por Erika Gijón Álvarez, 4º C